Unos pómulos altos, bien definidos y una linea mandibular bien dibujada, es lo que se conoce como triángulo de la belleza. Este «dibujo» representa la parte superior de la cara más ancha y la inferior mas estrecha y alargada. Suele ser una forma propia de un rostro joven.

Conforme pasa el tiempo, nuestro rostro sufre modificaciones. Estas modificaciones en la cara son son susceptibles de ser percibidas en; un ensachamiento de la mandíbula, el óvalo facial se desdibuja y descuelga, se acentúan los surcos de la nariz a la boca, los pómulos se aplanan, en la boca aparecen las lineas de marioneta etc. Todos estos factores, provocan que el triángulo quede invertido dando al rostro un aspecto triste y envejecido.

A medida que pasa el tiempo, se produce una pérdida de volumen. Se debe principalmente a que con el paso de los años se produce una disminución en la síntesis de los diferentes compuestos que mantienen nuestra piel en condiciones óptimas.

La falta de ácido hialurónico desencadena en una deshidratación de la epidermis por la falta de ácido. La dermis pierde firmeza y elasticidad por la falta de colágeno y elastina, proteínas estructurales y en la hipodermis o tejido subcutáneo se produce una pérdida y un desplazamiento de las células grasas. Estos cambios estructurales en las diferentes capas de la piel van acompañados de la correspondiente atrofia muscular y reabsorción ósea. Esto provoca que el rostro sufra una esqueletización importante desde el tercio superior (frente y fosas temporales), un aplanamiento de las mejillas, la profundización de los surcos nasogenianos y la pérdida de la definición del óvalo facial.

Existen otros factores responsables de todos estos cambios y de potenciar el descolgamiento como por ejemplo el efecto de la gravedad, la sobreexposicion solar sin protección, los hábitos de vida poco saludables, la alimentación desequilibrada, los cambios bruscos de peso y en mayor medida la morfología facial y genética del paciente. Todos estos factores contribuyen en buena medida a que estas modificaciones en el rostro sean más o menos evidentes.

Como para la mayoría de las cosas, este problema tiene solución. La solución consiste en restablecer
los volúmenes perdidos de una manera sutil y natural. Las zonas que se suelen tratar son pómulos, mejillas, mentón y óvalo mandibular. Con el tratamiento somos capaces de restaurar el triángulo de la juventud y volver a la forma original. Se proporciona al rostro una apariencia más suave, equilibrada y por supuesto más joven.

El secreto del éxito de este tratamiento es el correcto análisis previo del rostro del paciente y es básica su personalización. Otras claves del éxito son la habilidad, la profesionalidad y la experiencia que se tenga en aplicar cualquier técnica de intervención de medicina estética.

Hay que tener en cuenta que cada caso es diferente, por lo que hacer una evaluación inicial es fundamental para evaluar las necesidades del paciente y con ello lograr unos resultados satisfactorios. A día de hoy existen rellenos dérmicos que proporcionan un resultado óptimo tras una sola sesión, y tiene un beneficio y es que no pierde la naturalidad. El paciente sale de la sesión con un gran mejoría notable, pero no detectable por terceros: a esto se le llama el efecto «buena cara». Ese es el motivo por el cual los rellenos a base de Ácido Hialurónico son cada vez más populares. Algunas personas son reacias a pincharse por el temor que supone, sin embargo cuando ven los resultados de otras personas o incluso fotografías del antes y después, su opinión cambia.

Ésta es la mejor prueba a la hora de demostrar que la naturalidad no sólo se logra, sino que
es una de nuestras premisas a la hora de escoger los productos con los que trabajamos.
Cabe señalar que el Ácido Hialurónico no sólo permite restablecer los volúmenes perdidos
en zonas clave del rostro, sino que rellena y previene la formación de arrugas, adaptándose
perfectamente a la gesticulación y expresividad.

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